Orgullo de ser mujer y mecánica

Con su porte moderno pero modesto, sus manos femeninas, su maquillaje moderado pero muy certero para su edad y su cabello perfectamente cuidado, al igual que su cutis, nadie se imaginaría nunca que Laura no sólo es una exitosa madre y esposa, sino que además posee cualidades de las que poquísimas mujeres podrían presumir, pues es hábil en todo aquello que para el común de las mexicanas constituye su peor pesadilla: los carros.

Y no sólo su carro, todos los carros. Es más cualquier automotor, porque Laura a sus 55 años sabe desde cambiar una llanta con auténtica maestría hasta hacer una afinación, cambiar un aceite, unas bujías, desarmar un carburador y volver a armarlo con absoluta precisión e incluso hacer un ajuste.

Se trata de una de las pocas mujeres mecánicas en activo que existen en el Estado de México y quizás en el país.

Pero incursionar en un ambiente típicamente masculino y muy, pero muy
mexicano… donde lo que prevalecía, hace por lo menos 30 años, eran talleres poblados de hombres rudos, albureros, sucios y rodeados de clientes –casi como ellos-, herramientas y las consabidas paredes tapizadas de pornografía, fue algo más que difícil para una mujer que entonces sólo estaba dedicada a su hogar y sus pequeños hijos.

La necesidad, las circunstancias o el destino pero Laura en algún momento de su vida, con solo 10 años de casada, se vio en la necesidad de comenzar a aprender de vehículos, cuando junto con su esposo administraba un “deshuesadero”.

Su negocio se ubicaba en las inmediaciones de la Avenida Morelos e Isidro Fabela, justo en la zona donde ahora se concentran la mayor parte de refaccionarias de la capital.

Recuerda que cuando su suegra enfermó de cáncer y su esposo debía ausentarse del deshuesadero para llevar a su madre a las quimioterapias, ella tuvo que arreglárselas para atender el negocio y los clientes, que en su generalidad también eran mecánicos.

Ahí Laura comenzó a conocer los nombres corrientes de cada una de las miles de piezas que integran un vehículo, sino también su ubicación, su función y la forma en que están ensambladas, básico, dice, ya que tuvo que hacerlo para poder desmontarlas y venderlas.

Gracias a los 10 años en que la pareja mantuvo ese negocio, Laura se volvió conocedora en todo lo concerniente a la estructura y funcionamiento de un vehículo. Cuando su esposo decidió cerrar el deshuesadero, inmediatamente después abre su primer taller, donde Laura entra de lleno al conocimiento de la reparación de automotores.

Sus primeros trabajos fueron los básicos para cualquier chalán de incluso estos tiempos: cambio de bujías, de aceite y afinación.

La forma que aprendió no le resultó difícil, ya que su esposo fue su maestro y tuvo la paciencia de explicarle una y otra vez todo aquello que le resultaba complicado, hasta que lograba hacerlo sola. Al paso del tiempo simplemente se volvió una experta.

También se dio cuenta que el oficio le gustaba, porque le permitía desarrollar un potencial que ella misma desconocía. El toque femenino, la precisión de sus manos en la colocación y ajuste de piezas pequeñas, su sensibilidad y sexto sentido la hicieron simplemente ganar confianza entre la clientela y “la maestra” -así como se oye- por la que muchos llegaban al taller. Y es que ciertos problemas que los mecánicos no lograban resolver, ella lo hacía usando cualidades de las que sólo una mujer dispone.

Pero quizás para Laura su logro más importante ha sido el haber sabido combinar a la perfección su oficio con su mayor pasión: su esposo y sus tres hijos, porque con todo, nunca dejo de lado las tareas tradicionales dentro del rol de una mujer mexicana, es decir, los quehaceres domésticos como la limpieza, la comida y la crianza de los hijos.

Y es que entre que desmontaba medio motor, desarmaba un carburador o hacia un cambio de aceite, corría por los hijos más pequeños a la escuela, asistía a las juntas escolares; lavaba ropa, preparaba alimentos (nunca descuido la comida juntos, como estrategia para mantener integrada a su familia) y hacia las compras. Todo perfectamente arreglada, perfumada y sin un cabello fuera de lugar.

“No por el hecho de ser uno mecánica deja uno de ser mujer, ni deja de ser esposa, debe uno de verse atractiva hasta donde se pueda para el esposo, además da buena impresión, imagínese toda greñuda, sucia ¿que aspecto voy a darle a las personas?”, advierte Laura, al reconocer que ante todo la mujer no puede dejar de serlo, aún y cuando incursione en labores típicamente masculinas.

De hecho, en su caso, ella imprimió al negocio de la familia su propio y particular sello, pues nunca permitió groserías de ningún tipo, ni albures y menos aún posters pornográficos que resultan ofensivos e incómodos para todos, dice, y más ahora, agregó, que gran parte de los clientes son mujeres que como ella, tienen que llevar sus carros al mecánico, sin el apoyo de un hombre.

Hoy sus hijos Laura, Alejandro y José Francisco son personas exitosas e integras. Justo como sus padres les enseñaron, herramienta en mano, y a quienes continúan viendo juntos en el taller, compartiendo los problemas corrientes del día y la vida.

En los próximos meses Laura y su esposo Alejandro Pérez Mercado, quienes actualmente tienen su negocio en la colonia Francisco Murgia, cumplirán 40 años de casados.

A la fecha Laura continua su misma rutina de hace 30 años, repartiendo su vida entre el taller y su hogar, y confiesa que algo de lo más difícil en su oficio, ha sido adoptar y comprender las nuevas tecnologías que ha traído el desarrollo de la industria automotriz, como el sistema full inyection.

Pese a ello trata de mantenerse actualizada con apoyo de su esposo Alejandro Pèrez, quien fue el primero en aplaudir la entrevista para su esposa, por considerar que efectivamente, es una mujer totalmente fuera de serie.

Redacción--Milenio